El pasado 10 de septiembre de 2019, el presidente Danilo Medina promulgó una nueva ley, creando un mecanismo adicional de estímulo, a saber, al arte y a la cultura.
Numerada 340-19, la pieza agrega un régimen paralelo y no simultáneo de incentivo fiscal a favor del mecenazgo cultural nacional.
Tenía años buscando la comprensión y aprobación de los congresistas. Estos finalmente la evacuaron, en un entorno obstruido por los compromisos ante el Fondo Monetario Internacional. Urgía: local y regionalmente es dramática la caída del consumo cultural, de mercado y público.
La monohegemonía global surgida con la caída del Muro de Berlín, la irrupción nacional de “la triple crisis” 2003-2004, el colapso financiero y económico globales del 2008-2012, los persistentes vientos recesivos, los altos riesgos y competencia del desempeño empresarial, el “capitalismo salvaje” que asolan desde 1989 junto a la caída de las Torres Gemelas arrasaron la capacidad adquisitiva de los salarios, y empujaron escalones abajo a las pequeña y media burguesías, determinantes en la producción-consumo culturales.
La expansión de la “digitalidad” y la consecuente propagación del Internet de la cultura afectaron las industrias gráfica, discográfica y cinematográfica, imponiendo nuevos modos, opciones y formatos de ser y existir a los contenidos.
La potencial viralidad pasó a determinar las posibilidades de rentabilidad de producciones y contenidos solo a veces tangenciales al saber y a la cultura. Divertimento, autocompasión y autoayuda; lo asombroso, descarnado, novedoso y pseudociencias; las “fake news”, el kitsch y la vulgaridad reinan y dominan en este espacio desregulado, en “centrífuga
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